Las autoridades de la salud en Bélgica han declarado a las fábricas de chocolate en el país "negocios esenciales". Esta –para algunos– llamativa decisión ha permitido la venta ininterrumpida de los famosos huevos y conejitos de chocolate de Pascua en medio del brote pandémico de COVID-19. Las ventas, de cualquier manera, han sufrido un bajón interanual.
Esta iniciativa de Pascua de unos 60 kilogramos, que rinde tributo a la fábula de la liebre y la tortuga, encierra una enseñanza muy a tono con los tiempos: a un paso lento y constante, se puede ganar la carrera.
Usualmente, se trata de una de las festividades de consumo de chocolate más grandes del año. La actual, sin embargo, ha obligado a los chocolateros belgas a implementar medidas extremas que atentan contra la siempre ansiada multitud, pero con el fin de garantizar que la tradición no se interrumpa.
El galardonado chocolatero Jerome Grimonpon solo permite el ingreso a su establecimiento de una persona a la vez. Y tras la salida de cada cliente, el ritual incluye desinfectar el lugar antes de que entre el siguiente.
Es un sentimiento compartido por sus clientes, quienes afirman que el chocolate les brinda una dulce distracción en medio de un brote pandémico que irremediablemente ha alterado sus vidas.
Relativamente antiguas son las teorías, ya bastante extendidas, que otorgan al chocolate la facultad de reducir el estrés. De ser ciertas, dadas las circunstancias, un poco más de indulgencia de la habitual en esta Pascua podría suponer un alivio emocional para muchos en Bruselas.

Usualmente, la Pascua se trata de una de las festividades de consumo de chocolate más grandes del año.