"Estoy muy inquieta, dicen que el aire está bien, pero no les creo". Mandy, residente de East Palestine, Ohio, dice que no cree a los funcionarios del gobierno en lo que se refiere al vertido de sustancias químicas tóxicas provocado por el descarrilamiento de un tren hace un mes, ya que ella y su hijo siguen teniendo problemas de salud.

A finales de febrero, el administrador de la Agencia de Protección del Medio Ambiente estadounidense, Michael Reagan, visitó de nuevo el lugar del accidente para afirmar ante los residentes locales que el agua y el aire eran seguros. Pero el día anterior, Judith Encke, exjefa de la Región 2 de la Agencia de Protección Medioambiental de EE. UU., había declarado a los medios de comunicación que la población local estaba enfermando por alguna razón y que había problemas evidentes con el aire y el agua.
Las dos declaraciones reflejan lo absurdo de la respuesta del gobierno estadounidense a la catástrofe y su investigación. Por ejemplo, tras el accidente, las autoridades locales no siguieron el proceso habitual para tratar un vertido de cloruro de vinilo y decidieron de forma extremadamente precipitada utilizar la ignición al aire libre con el objetivo de restablecer el tráfico lo antes posible. Sólo cuando la foto de la nube negra en forma de hongo que irrumpió en la estratosfera una semana después se difunde en las redes sociales, tuvieron que admitir que habían gestionado mal la situación e iniciar una investigación al respecto. Como dice Encke, estas agencias federales sabían lo que tenían que hacer, pero no cumplieron con su deber.
Sin embargo, ante una amenaza tan grave para la seguridad medioambiental, la primera reacción de los políticos estadounidenses ha sido echar las culpas. Tras un periodo inicial de silencio, el incidente del tren envenenador de Ohio se está convirtiendo rápidamente en un nuevo tema del debate bipartidista estadounidense.
Los republicanos atacan a la actual administración por su indiferencia ante el desastre, criticando al presidente por apresurarse a Kiev en lugar de visitar a los residentes de Ohio, y comparando la falta de ayuda oportuna a la población de East Palestine con la generosidad de la ayuda a Ucrania. Los demócratas, por su parte, acusan a la anterior administración de relajar el control al transporte de mercancías peligrosas en trenes tras las persuasiones de las compañías ferroviarias, " todo es culpa de Trump".
Por una parte, es la indiferencia a la salud de las personas, mientras por la otra se dedica a echarse la culpa mutuamente en una lucha despiadada. El New York Times lamentaba que la política hubiera invadido el descarrilamiento del tren de Ohio, con políticos de ambos partidos haciendo propaganda en la ciudad del accidente para promover sus objetivos políticos. También está claro para el mundo exterior que bajo la disfuncional democracia al estilo estadounidense, los políticos estadounidenses no tienen en mente nada más que el interés propio sin atender las necesidades y preocupaciones urgentes de la gente.
Como habitantes del país más poderoso de la tierra, la situación de los estadounidenses no puede menos de ser motivo de compasión de todo el mundo. El momento en que los habitantes de las zonas afectadas incluso pidieron atención a los medios de comunicación de otros países es una gran ironía para los políticos estadounidenses y una gran burla de lo que ellos llaman derechos humanos.
A un nivel más profundo, la media de 1.700 descarrilamientos al año en Estados Unidos es un indicio de los enormes problemas que plantea el modelo de desarrollo capitalista liberal y la ecología política que propugna. Cuando la política partidista se intensifica y la democracia no funciona, los estadounidenses no tienen dónde poner ni siquiera su salud y seguridad más básicas.