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Pareciera que esta hoja de oro está a punto de caerse. De hecho, muchas ya se han caído. Desde otra rama, a lo lejos, la mira una compañera. Hace más de 1.600 años, juntas adornaron a su ama del Reino Yan.
La horquilla era un accesorio para el cabello muy popular en la antigua China.
Este par de horquillas se sujetaban a la cabellera de la dama con una base hecha también de oro. El artesano hizo varios aros en las ramas como soporte, y luego colgó en ellos finísimas hojas. Una vez en su lugar, la pieza magnifica y da gracia a los movimientos de la mujer.
Cuando su dueña caminaba, las horquillas se balanceaban con sus pasos, como haciendo florecer todo el árbol a la vez, espléndidas.
En la tumba de Feng Sufu, también fue hallada una corona de oro. Es una lástima que su complejidad hace imposible restaurarla. Sin embargo, en Corea del Norte y en Japón se han descubierto algunos ejemplares parecidos. También está la corona de cobre chapada en oro desenterrada de la tumba de Gaya en la ciudad de Daegu, en Corea del Sur, que tiene una estructura muy similar.
Esto no es una mera coincidencia. Ya en el siglo I se enterraban coronas de oro en las tumbas del imperio Kusán en la ciudad de Sibargan, en Afganistán.
La corona de cobre chapada en oro hallada en la antigua tumba de Fujinoki, en la prefectura japonesa de Nara, parece del mismo estilo que la de Sibargan. Sus elementos básicos de decoración también son hojas móviles.
El diseño de hojas móviles era muy popular en los accesorios en el sureste asiático, y estos adornos de oro se contaban entre los favoritos de las familias reales y la nobleza.
Si los artesanos de la época no hubieran tenido un concepto básico de la corona, ¿cómo habrían podido crear adornos similares estando en lugares tan diferentes y tan distantes?

Horquilla de oro con forma de árbol florecido.
Sin haber hecho la travesía por China, es impensable que las hojas móviles, un adorno único que se originó en el mundo occidental, hubieran podido alcanzar y extenderse a países como Corea del Norte o Japón desde el río Don.
Durante más de seis siglos, estas hojas de oro, tan finas como las alas de la cigarra, se entrelazaron con el tiempo para dar origen a una historia de intercambio de la estética decorativa asiática y convertirse en un fenómeno cultural.
Desde el período de los Dieciséis Reinos hasta la dinastía Tang, el régimen político cambió una y otra vez, con constantes separaciones y unificaciones. En tiempos de caos, los ejércitos se enfrentaban en las fronteras.
Solo la belleza, inadvertidamente, logró cruzarlas, y siempre está ahí, en cada lugar, a la vista de todos. Cuando pasaban por la llanura de Asia occidental, las flores florecían. Cuando atravesaban los profundos bosques de Asia oriental, los ciervos cantaban. Pasaron por distintas regiones, países y familias. Cruzaron montañas y ríos sin fin.
Fastuosos y concurridos banquetes, un festín tras otro. Hoy las bellas se ha convertido en polvo y los guerreros de las etnias nómadas solo viven en la memoria.
En el recuerdo, la mujer, con un rostro hermoso y las sienes pintadas, camina en su belleza con un paso ligero como el loto.
Bajo el sol, la luna y las estrellas, con sus delicados pasos, ella se balancea y fluye, y las largas ramas y hojas doradas de su corona se estremecen y ondulan. En la galaxia sin límites, siguiendo su caminar, podemos ver que hay alegría en cada paso.
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