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Mentiras y guerras apuntalan las ambiciones imperialistas de Estados Unidos
CGTN en Español

Nota del editor: Estados Unidos ha estado en guerra durante más de 200 de sus 245 años de existencia. Entre el final de la II Guerra Mundial y el 11-S, apenas 50 años, Estados Unidos inició 201 conflictos que devastaron 153 países y regiones. "Estados Unidos: Guerra con otro nombre" es una serie especial de ocho partes que explora las siniestras motivaciones de su belicismo. El episodio 2 trata sobre las mentiras que apuntalan sus ambiciones imperialistas. 

Llevad la carga del Hombre Blanco.

Enviad adelante a los mejores de entre vosotros;

Vamos, atad a vuestros hijos al exilio

Para servir a las necesidades de vuestros cautivos;

Para servir, con equipo de combate,

A naciones tumultuosas y salvajes;

Vuestros recién conquistados y descontentos pueblos,

Mitad demonios y mitad niños.

Llevad la carga del Hombre Blanco,

Con paciencia para sufrir,

Para ocultar la amenaza del terror

Y poner a prueba el orgullo que se ostenta;

Por medio de un discurso abierto y simple,

Cien veces purificado,

Buscar la ganancia de otros

Y trabajar en provecho de otros. 

Rudyard Kipling, La carga del hombre blanco

Este poema, que transmite un mensaje de marcado tono imperialista y colonialista, fue publicado en una popular revista en 1899 por el poeta británico Rudyard Kipling. El título original era “Estados Unidos y las Islas Filipinas”, y hacía referencia a la cuestión de Filipinas tras la guerra hispano-estadounidense. En aquel entonces, el mundo era testigo de una era de expansión capitalista internacional, y Estados Unidos, una joven nación capitalista por aquel entonces, se subió a ese tren, como era de esperar. Con la guerra hispano-estadounidense como punto de inicio, Estados Unidos se embarcó en una senda imperialista que supuso su transformación de ser una potencia regional a ser una superpotencia global.

A primera vista, la expansión imperialista estadounidense no parecía tan sangrienta como la de otros imperios coloniales consolidados, ya que se llevó a cabo mediante compras, anexiones y transferencias contractuales. Por su condición de “república” nacida a partir de luchas anticoloniales, Estados Unidos se niega a admitir que ha llevado a cabo su propia historia “colonialista” de expansión exterior. Así que, en lo referente a sus territorios de ultramar, los historiadores a menudo solo mencionan las adquisiciones formales, para dejar de lado el papel del expansionismo en la historia estadounidense. Sin embargo, el viaje imperialista de Estados Unidos no fue de ninguna de las maneras pacífico y esperanzador, sino lleno de mentiras, traiciones, sangre y lágrimas.

En 1898, un Estados Unidos en auge se dedicaba a expandir sus intereses comerciales, con el objetivo de adquirir mayor protagonismo en la escena política internacional y acceder a un mayor mercado global. En aquel entonces, el mundo era moldeado por los poderes coloniales establecidos, y Estados Unidos como un recién llegado no tenía otra opción más que competir por las colonias existentes. España, el imperio en decadencia de la época, se convirtió en un objetivo asequible. Para hacerse con las colonias españolas en Estados Unidos y ganar control sobre el Caribe, Estados Unidos inició la guerra hispano-estadounidense con el pretexto de “apoyar la independencia del pueblo cubano”.

Este pretexto no era más que una mentira cuidadosamente manipulada. Considerando la importancia estratégica y comercial de Cuba, Estados Unidos había ansiado controlar el país, con la esperanza de anexionarlo. Tal y como John Adams lo expresaba en 1823, “la anexión de Cuba a nuestra república federal es indispensable para la continuidad e integridad de la misma Unión”.

Lo que empezó como una creencia irresistible se convirtió gradualmente en el consenso de política a largo plazo de Estados Unidos. España estaba en una espiral descendente y a duras penas podía lidiar con los alzamientos en colonias como Cuba y Filipinas. Aprovechando la oportunidad, Washington declaró la guerra a España en un intento de incautar lo que los rebeldes habían conseguido y arrebatar las colonias españolas.

Una vez finalizada la guerra, Estados Unidos reemplazó a España como “protector” de Cuba, y se proclamó moral y políticamente “responsable del bienestar del pueblo cubano”. Entre 1899 y 1902, Estados Unidos ocupó militarmente Cuba, y tan solo retiró sus tropas después de que Cuba aceptase la Enmienda Platt y la incluyese en su constitución.

La enmienda otorgaba legitimidad a Estados Unidos para intervenir en asuntos internos de Cuba y justificaba su influencia sobre la isla. Impedía al Gobierno de Cuba formar parte de cualquier tratado internacional que limitara la independencia del país o autorizase a otro país a utilizar la isla para propósitos militares, y reconocía el derecho de Estados Unidos a intervenir en asuntos de Cuba “para salvaguardar la independencia cubana, y mantener un Gobierno adecuado para la protección de la vida, la propiedad y la libertad individual.”

Además de la enmienda, Washington, a través de restricciones comerciales, prohibió a la isla producir de manera local una gran cantidad de bienes para asegurarse que fueran importados desde Estados Unidos, convirtiendo a la isla en un vertedero para productos estadounidenses.

Mientras que la ocupación de Cuba por Estados Unidos se consiguió mediante mentiras, su colonización de Filipinas se forjó mediante traiciones, sangre y lágrimas. Al principio de la guerra hispano-estadounidense, Washington se alió con los rebeldes filipinos, prometiéndoles que el país alcanzaría la independencia una vez que la guerra finalizase. La marina estadounidense estableció un bloqueo marítimo y facilitó armamento al líder rebelde Emilio Aguinaldo, que estaba a cargo de la expulsión de los españoles.

Para el ejército rebelde filipino, la llegada de los estadounidenses ofrecía grandes expectativas. Aguinaldo llegó a afirmar “los estadounidenses, no por intereses mercenarios, sino por el bien de la humanidad y los lamentos de tantas víctimas de la persecución, han considerado adecuado extender su manto protector sobre nuestro amado país.” “¡Allí donde veáis la bandera estadounidense, reuníos, son nuestros redentores!”

Pero no tardaría mucho el ejército rebelde en verse abandonado por sus “redentores”. En agosto de 1898, después de la rendición española, Estados Unidos se despojó de su máscara humanitaria y traicionó a su antiguo aliado, impidiendo a las fuerzas filipinas entrar en la capturada ciudad de Manila. El entonces presidente estadounidense, William McKinley, declaró que Estados Unidos no permitiría la ocupación conjunta junto a los rebeldes y que los filipinos debían reconocer la autoridad de los ocupantes estadounidenses.

En febrero de 1899, explotó la guerra entre Estados Unidos y el Ejército de la República Filipina como resistencia a la ocupación, extendiéndose hasta 1902. En 1901, unos 500 campesinos del pueblo de Balangiga en Samar, la isla central de Filipinas, se alzaron contra la ocupación estadounidense y mataron a 48 soldados norteamericanos. En represalia, el ejército de Estados Unidos cometió una masacre en el pueblo al seguir la orden del general al mando, según la cual habían de ejecutar a todo varón filipino mayor de 10 años que fuese capaz de portar un arma. Aproximadamente unas 2.500 personas fueron asesinadas, incluyendo mujeres y niños.

La masacre del pueblo Moro en filipinas por parte de las tropas americanas hace palidecer a la larga retahíla de crímenes perpetrados por las mismas a lo largo de su historia. Entre 800 y 1.000 personas en Bud Dajo, un 99 por ciento del total, fueron asesinados. Únicamente hubo seis supervivientes. En una de sus sátiras, el autor Mark Twain recalcó, “los suprimimos completamente, no dejando ni siquiera un bebé que llorase por su madre muerta… Esta es sin ninguna comparación admisible, la mayor victoria que han alcanzado jamás los muy cristianos soldados de Estados Unidos.”

Daniel Immerwahr señala en su obra Cómo esconder un imperio: una historia de los mayores Estados Unidos que a mediados de 1902, Estados Unidos había perdido unos 4.000 soldados en la contienda, de los cuales tres cuartas partes fallecieron debido a enfermedades. En comparativa, unos 16.000 soldados filipinos perecieron en el campo de batalla, según el libro. Sin embargo, esto no es más que la cifra oficial recogida en estadísticas, que tan solo representa un porcentaje menor del número total de fallecidos.

El general J. Franklin Bell realizó una estimación según la cual los estadounidenses habían matado unos 600.000 filipinos únicamente en Luzon, que suponía un sexto de la población del país. El historiador Ken De Bevoise concluyó tras sus investigaciones que aproximadamente 775.000 filipinos habían fallecido durante la guerra entre 1899 y 1903.

Mediante la guerra hispano-estadounidense declarada bajo el pretexto de “liberar Cuba”, Estados Unidos se aseguró el control colonial sobre Cuba y Filipinas mediante transferencias contractuales y adquisiciones. Usando Cuba como plataforma, extendió sus garras hacia Sudamérica y se hizo con el control del Caribe; usando Filipinas como parada, comenzó su expansión hacia Asia Oriental, proclamando al mundo el ascenso de Estados Unidos. Una vez finalizada la guerra, Estados Unidos se hizo con más colonias, incluyendo Guam y Samoa, y expandió aún más sus territorios exteriores en el periodo comprendido entre las dos guerras mundiales para convertirse en el poder hegemónico global.

Al acabar la Segunda Guerra Mundial, Filipinas obtuvo su independencia y Hawái y Alaska se convirtieron en estados miembros de la Unión. Por una parte, esto fue un resultado de conflictos descolonizadores. Por otra parte, gracias al desarrollo económico y tecnológico, Estados Unidos comenzó a usar la globalización como una alternativa al colonialismo, controlando y manipulando otras partes del mundo a través de medios más sutiles.

Estos medios incluyen dominar el proceso de establecimiento de normas económicas y políticas internacionales, organizar las llamadas “revoluciones de colores”, y llevar a cabo guerras híbridas. De esta manera, Estados Unidos continúa apuntalando sus ambiciones imperialistas con mentiras en el nombre de lo que llaman libertad, democracia y derechos humanos.

La autora, Yu Feng, es investigadora asociada del Instituto de Estudios Estadounidenses de la Academia China de Ciencias Sociales.