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Si China se convirtiera en una "democracia", ¿seguiría siendo rechazada por Occidente?
Artículo de opinión

Escrito por Chandran Nair, director ejecutivo del grupo de expertos independiente de Asia, The Global Institute for Tomorrow, con sede en Hong Kong. Nair es autor de varios libros, entre ellos el aclamado "Dismantling Global White Privilege: Equity for a Post-Western World". El artículo refleja las opiniones del autor y no necesariamente las de CGTN.

En los últimos años, me he preguntado qué impulsa la implacable animosidad occidental hacia China. Parece una pregunta muy lógica si uno quiere entender el mundo actual. Sin embargo, es difícil encontrar una explicación coherente en los comentarios publicados por los medios occidentales. Lo que predominan son titulares alarmistas, como uno recientemente en el Financial Times: "Estados Unidos busca aislar a China con la ayuda de sus aliados". 

En las últimas semanas, dos de los principales funcionarios del Gobierno estadounidense, Janet Yellen, secretaria del Tesoro, y Anthony Blinken, secretario de Estado, visitaron China y, como era de esperar, acusaron y amenazaron al Gobierno chino. Estos iban desde el aumento de la capacidad industrial de China en sectores críticos, el supuesto apoyo a Rusia en la crisis ucraniana, hasta falsa afirmación de violaciones a los derechos humanos en la región autónoma uygur de Xinjiang. Todas estas infamias se difunden mientras Estados Unidos y sus aliados europeos apoyan lo que la mayor parte del mundo considera un genocidio perpetrado por Israel contra el pueblo palestino.

Actualmente China es retratada en Occidente como un monstruo antidemocrático al que hay que detener. Pero si de alguna manera se convirtiera en una democracia consolidada, Occidente aún la rechazaría.

Esta es una conclusión a la que he llegado después de casi 30 años de observar y participar en la evolución de las relaciones entre China y Occidente. En mi opinión, una verdad incómoda, rara vez discutida, es que después de 500 años de dominación, Occidente no está preparado para compartir el poder con otros, y menos aún con una civilización no caucásica.

En los últimos años también he participado en varios foros internacionales, donde he planteado la siguiente pregunta a expertos y comentaristas occidentales: ¿por qué existe un sentimiento tan fuerte contra China en Occidente? ¿Cómo lo explica?

He recibido algunas respuestas, pero a menudo solo después de expresiones de profunda sorpresa de que alguien de origen asiático haya tenido la audacia de hacer una pregunta tan incómoda. Sin embargo, las respuestas nunca superaron mi prueba de "honestidad intelectual".

Así que exploremos esto un poco más.

Lógicamente, el sentimiento anti-China solo se puede explicar de tres maneras.

La primera razón es el miedo a competir con una nueva superpotencia. Esto rara vez se reconoce abiertamente, pero la mayoría lo entiende en términos generales, especialmente en el mundo no occidental. Son evidentes las políticas adoptadas para obstaculizar a China en todas las áreas de tecnología y comercio, a pesar de las declaraciones sobre globalización, mercados abiertos y libres, liberalización del comercio a nivel mundial y competencia justa.

Es evidente que el miedo a perder la hegemonía económica ha puesto a Occidente en un modo de pánico. Este dominio global, iniciado en el siglo XVI a través de la colonización y el imperialismo creó estados-nación como Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda e Israel. Estas naciones, además del Reino Unido y otras, lideran, hasta hoy, la campaña contra China.

La segunda razón es la supuesta preocupación por la falta de "democracia en China". A pesar de no respetar las democracias en todo el mundo ni defender sus principios elementales, Occidente afirma querer liberar a cientos de millones de chinos de la tiranía del Partido Comunista y brindarles derechos humanos universales. Sin embargo, esta supuesta preocupación parece más un pretexto para presionar a China para que adopte una democracia al estilo occidental y sea aceptada en el orden internacional basado en normas dictadas por Occidente.

La tercera razón es el temor a que China esté ganando influencia en regiones que Occidente dominó durante siglos, lo que supuestamente representa una amenaza a la seguridad de otros y debe ser detenida.

Lo que une estas tres razones es la controvertida acusación de xenofobia profundamente arraigada en Occidente, acompañada de un sentido de superioridad civilizacional y racial que no permite a Occidente reconocer a las demás sociedades como iguales.

La ciudad china de Shenzhen.

Supongamos que China se convirtiera en una democracia al estilo occidental con elecciones multipartidistas, ¿qué pasaría entonces?

Occidente argumenta que la democracia permitiría a la población china expresar libremente sus opiniones políticas y elegir a sus dirigentes, lo que proporcionaría controles contra los excesos del gobierno. También se eliminarían las violaciones de derechos humanos, se fomentaría la innovación (como si no hubiera suficiente en China); y mediante estos cambios el país asiático sería cálidamente bienvenido por el todopoderoso y benévolo Occidente.

En tal escenario, esto eliminaría todas las sanciones y reducirían las barreras comerciales, permitiendo a China convertirse en miembro de pleno derecho, aprobado por Occidente.

Según esta teoría de la democracia, la libertad y la globalización, se espera de que China compita de manera justa al adherirse y someterse a las normas occidentales sobre comercio e intercambio, que, cabe señalar, son cualquier cosa menos justas.

Entonces la pregunta es: ¿Sería esto beneficioso para China o para Occidente?

Para China, la teoría occidental de la gobernanza sugiere que la democracia es la base del verdadero capitalismo, permitiendo que la empresa privada prospere gracias al libre mercado y la innovación. Esto podría hacer que China sea aún más fuerte y competitiva en el mercado global, lo cual no sería buena noticia para las economías occidentales. Esto debido a que se incrementarían las inversiones y no se hablaría más de desacoplamiento. Sin embargo, esto no sería una buena noticia para los gobiernos occidentales, ya que se eliminarían las sanciones y otras restricciones que llevarían a una feroz competencia por los mercados globales que en Occidente no están dispuestos a asumir.

¿Cuáles son las excusas y herramientas utilizadas actualmente para castigar a una democracia tan grande como China?

Quizás, como alternativa, algunos políticos occidentales creen que si China se convirtiera en una "democracia" al estilo occidental, el exitoso modelo actual liderado por el Estado colapsaría debilitando así a China en beneficio de Occidente.

Un aspecto subyacente de la doctrina occidental y del ambiguo deseo de exportar la democracia a otras culturas, como la china, es la creencia de que el pueblo chino y su cultura son "inferiores". Esta perspectiva sugiere que una vez que el pueblo chino pruebe la versión occidental de democracia y se libere, no podrá apreciar sus beneficios de la misma manera que lo han hecho los estados occidentales, debido a una supuesta intrínseca inferioridad racial. En lugar de eso, se los consideraría incapaces de competir con los occidentales en un campo de juego internacional desigual, donde las reglas están establecidas por Occidente.

La verdad es que Occidente es muy consciente de que el sistema actual funciona para China, no debido a alguna supuesta inferioridad de los chinos, sino más bien porque se ajusta de manera óptima a las necesidades de una nación tan grande. China ha perfeccionado un sistema que difiere significativamente del modelo occidental, desafiando así la mentalidad arraigada en los líderes y poblaciones occidentales que están impregnados de siglos de arrogancia.

Pero consideremos el escenario en el que la teoría occidental de la democracia triunfa y China, tras abrazar el capitalismo de libre mercado, alcanza un éxito aún mayor en el ámbito económico y global de lo que ha logrado hasta la fecha. ¿Occidente estaría satisfecho y lo aceptaría? La respuesta sería enfática: de ninguna manera.

¿Continuará Occidente acusando a China de una larga lista de malas prácticas y defectos estructurales que no se ajustan a las egoístas reglas del comercio global, las relaciones internacionales y la política exterior occidentales? La respuesta es afirmativa, tan predecible como el amanecer. Su arraigado sentido de superioridad despierta un miedo irracional frente a un rival, provocando así acciones irracionales, incluido la inclinación hacia un conflicto bélico.

Con los avances en las tecnologías de la información, inteligencia artificial, chips, vehículos eléctricos y energía solar, China ha lanzado un competitivo desafío a Occidente, particularmente a Estados Unidos. En lugar de competir de manera justa y negociar donde existan diferencias, Occidente busca contener a China mediante métodos injustos, desestabilizando a la región en el proceso y, por ende, el mundo siente sus repercusiones.

La obsesión superficial con la democracia, el orden basado en reglas y la competencia no son más que una fachada para reprimir a la primera nación que desafió a Occidente durante 500 años.

Es de esperar que los próximos diez años tengamos algunas respuestas a las inquietudes planteadas, mientras Occidente pierde vigor, agotado por los conflictos bélico y el declive de su economía, y, por lo tanto, se debilite su capacidad y cohesión política para mantener su confrontación contra China. También será interesante ver cómo le irá a una India en ascenso y si podrá alcanzar los mismos logros notables que China, especialmente en la erradicación de la pobreza extrema. ¿O será que la democracia obstaculizará las ambiciones de la India? Y si no es así y la India se convierte en una verdadera superpotencia global que rivaliza con Occidente, ¿se convertirá también la democracia más grande del mundo en un objetivo para Occidente?