La civilización Caral prosperó en valles costeños muy cercanos a Lima, entre los 3000 y 1900 años antes de nuestra era, y fue contemporánea a cunas civilizatorias como Mesopotamia, Egipto, India y China. Pero lo que sorprende hoy es que, a diferencia del Viejo Mundo, Caral logró avances sin precedentes en completo aislamiento. La planificación urbana, el diseño simétrico de su arquitectura, así como el aprovechamiento del viento en plazuelas circulares muy bien calculadas, que permitían una acústica perfecta, denotan lo sofisticada que era Caral.
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Actualmente, el equipo de investigadores que lidera la reconocida arqueóloga peruana Ruth Shady, quien descubrió Caral en 1994, realiza trabajos de excavación y restauración en la ciudad sagrada de Caral y otros 11 complejos urbanos, que, según las evidencias halladas, estuvieron habitados por miles de personas.
Hoy, aún se puede ver restos de quincha, un entramado de madera, caña y junco que daban forma y soporte a las construcciones edificadas sobre piedras. Pero según nos cuenta la propia Ruth Shady, gran defensora y promotora de Caral en el mundo, lo asombroso de estas construcciones es que fueron levantadas aplicando conocimientos de ingeniería antisísmica.
Como sucede en nuestros días, el cambio climático también afectó a Caral hace miles de años. Los hallazgos confirman que una gran sequía provocó hambre, mortandad, crisis social y el fin de la civilización más antigua de América. En Vichama, a unos cientos de kilómetros de la ciudad sagrada de Caral, se puede ver en paredes esculpidas, representaciones de personas con las costillas marcadas, con ojos cerrados, entre cuerpos cadavéricos. Hace aproximadamente 3800 años, Caral desapareció, pero dejó su huella en muchas de las culturas que luego habitarían la costa y gran parte del Perú.