Nike invirtió tiempo y millones de dólares en desarrollar una producción automatizada dentro de Estados Unidos, con la esperanza de reducir su dependencia de Asia y adaptarse a las políticas que promovían el “Made in USA”. Sin embargo, el ambicioso proyecto no logró cumplir sus objetivos. Los robots, pese a su precisión, no lograron dominar procesos clave como el pegado de suelas, una tarea que requiere una combinación de fuerza, flexibilidad y sensibilidad que la tecnología aún no puede replicar con eficacia.

Este intento fallido demuestra que la automatización, aunque prometedora, tiene límites importantes cuando se trata de trabajos manuales altamente especializados. Nike terminó reconociendo que la producción en masa de calzado deportivo todavía necesita la intervención humana experta. Así, la experiencia dejó una lección clara: traer la manufactura de vuelta no es solo cuestión de ubicación o aranceles, sino de entender qué tareas pueden (o no) ser robotizadas.