Mientras el mundo enfrenta una creciente incertidumbre económica y geopolítica, China se posiciona como un "oasis de certidumbre" para los inversionistas globales, gracias a su resiliencia económica, capacidad industrial y apertura sostenida.

Solo en marzo, la inversión extranjera directa utilizada en China creció un 13,2 % interanual, y en el primer trimestre de 2025 se establecieron más de 12.600 nuevas empresas con capital foráneo, según el Ministerio de Comercio de China.
Empresas de todo el mundo están reforzando su presencia en el país. Desde Apple, que destaca la automatización de sus proveedores chinos, hasta Toyota, que firmó un acuerdo estratégico en Shanghái por más de 14.000 millones de yuanes, y AstraZeneca, que abrirá un nuevo centro global de I+D en Beijing.
Al mismo tiempo, China acelera su apertura institucional: ha eliminado restricciones en manufactura y amplía el acceso en servicios como telecomunicaciones, salud e internet. En el primer trimestre, se aprobaron hospitales de propiedad extranjera, licencias para empresas biotecnológicas y nuevas operaciones financieras.
Esta combinación de estabilidad macroeconómica, apertura regulatoria y poder industrial ha convertido a China en un eje confiable dentro del sistema económico global. Según el Índice de Confianza en Inversión Extranjera de Kearney, el país lidera entre los mercados emergentes por tercer año consecutivo.
"En un mundo impredecible, China ofrece claridad, escala y visión a largo plazo", afirman ejecutivos internacionales. Un mensaje claro: invertir en China no es una apuesta, es una estrategia.