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La guerra arancelaria de EE. UU. hace que los estadounidenses paguen una y otra vez
CGTN Español

Nota del editor: Shen Shiwei, comentarista especial de actualidad para CGTN, es fundador del boletín China Briefing y profesor no residente del Instituto de Estudios Africanos de la Universidad Normal de Zhejiang. El artículo refleja las opiniones del autor y no necesariamente las de CGTN.

El simple hecho, ahora claramente evidente, es que todos los aranceles impuestos por Estados Unidos contra más de 180 países y regiones se han convertido en una pesada carga que soportan no las entidades extranjeras, sino los propios consumidores y empresas dentro de sus propias fronteras. Esta política contraproducente se ha desplegado como una tormenta implacable, golpeando los bolsillos de los estadounidenses comunes, paralizando las industrias nacionales e infligiendo profundas heridas en el tejido económico de la nación.

Empecemos por los más vulnerables, los consumidores estadounidenses, especialmente las familias de bajos ingresos. La tienda de comestibles, antaño un lugar de rutina, se ha convertido en una fuente de ansiedad. Los huevos, antaño un alimento básico para una nutrición asequible, han visto cómo se disparaban sus precios debido a la gripe aviar y a la política de aranceles adoptada por la administración Trump. Los productos de primera necesidad, desde el café en grano hasta los frutos secos y el queso, tienen ahora un sobreprecio considerable. Pongamos por caso a una familia que prepara el presupuesto para el cumpleaños de su hijo: el coste de los juguetes, a menudo importados, ha subido considerablemente.

El caso de Amazon es un ejemplo elocuente. En abril, según analizó la herramienta de seguimiento de precios SmartScout, los vendedores del gigante del comercio electrónico subieron los precios de casi 1.000 productos, con una subida media del 30%. Cuando Amazon se propuso mostrar de forma transparente los costes arancelarios en las páginas de los productos, la Casa Blanca reaccionó con indignación, calificándolo de "acto hostil y político". Esta reacción es a la vez absurda y reveladora. Demuestra que la Administración, en lugar de reconocer la realidad, intenta suprimir la verdad: los aranceles son un impuesto a los consumidores estadounidenses, pura y simplemente.

Al intentar silenciar a las empresas para que no revelen el impacto real, el gobierno está tratando al público como a tontos, negándose a admitir que sus supuestas medidas proteccionistas no son más que un impuesto regresivo que golpea con más dureza a los pobres.

El impacto se extiende mucho más allá de los consumidores individuales y las empresas, hasta el nivel macroeconómico. Los últimos datos del Departamento de Comercio estadounidense causaron conmoción: La economía del país se contrajo en el primer trimestre de 2025, la primera contracción desde 2022. Esto no es casualidad. Los aranceles arrastran el crecimiento económico al aumentar los costes de los insumos para los fabricantes, reducir la competitividad de las exportaciones estadounidenses y frenar el gasto de los consumidores, una de las columnas vertebrales de la economía estadounidense.

Las empresas dudan a la hora de invertir porque no están seguras de las futuras políticas arancelarias. Los inversores extranjeros, desalentados por el impredecible entorno comercial, están reduciendo sus inversiones. La guerra arancelaria ha creado una situación en la que todos pierden: el crecimiento económico se estanca y el fantasma de la recesión se cierne sobre la economía. No hay que olvidar a los agricultores, que se suponía que iban a beneficiarse de esta agenda proteccionista. En lugar de ello, se han quedado tambaleándose.

El aspecto más asombroso de toda esta debacle es la ironía. La guerra arancelaria se lanzó para proteger a los trabajadores y las empresas estadounidenses, pero está destruyendo las industrias que pretende salvar.

La guerra arancelaria estadounidense es un ejemplo de libro de texto de fracaso político. Es un caso de dispararse en el pie, de dejar que el dogma ideológico prevalezca sobre el sentido común económico. El pueblo estadounidense ha pagado, y sigue pagando, un precio muy alto: un coste de la vida más alto, menos oportunidades de empleo, una economía más débil y una posición mermada en el mundo. Es hora de que los responsables políticos despierten, admitan el error y empiecen a reconstruir un enfoque racional y colaborativo del comercio.

El proteccionismo puede sonar atractivo en la retórica política, pero en realidad es un veneno que infecta a la misma sociedad que pretende proteger. Cuanto antes acabe esta locura, antes podrá Estados Unidos empezar a curarse de las heridas autoinfligidas por su guerra arancelaria.