En este Día Internacional del Té, acompañame a visitar a una plantación de pu’er en las montañas de Yunnan.
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En plena plantación, con mi sombrero de bambú en la cabeza y rodeado de naturaleza, una recolectora local me dice: “Un brote y dos hojas, y nada de usar las uñas”. La verdad que requiere mucha más destreza de la que imaginaba.
Las hojas recién recogidas se extienden sobre esteras de bambú para que pierdan algo de humedad. Luego hay que calentarlas en un wok para frenar su oxidación natural y conservar su sabor. Es un trabajo rápido, preciso… y caluroso. Como hacer un asado de hojas. ¡Pero qué aroma!
“Como amasar pan, pero más suave”, me explican. Yo de pan algo entiendo, pero mi masa de té no se forma. Algo debe estar mal con mi técnica, porque la cultivadora enseguida forma la suya, ¡y con una mano!
Después de amasar, las hojas se dejan secar al sol de Yunnan, el mejor horno natural. Luego se ablandan al vapor y se prensan en moldes redondos con la ayuda de una piedra pesada. Este último paso tiene algo sorprendentemente relajante.
Después de ocho horas de trabajo, desde la hoja hasta el disco de té, no puedo evitar pensar en esas caravanas que llevaban al pu’er por las montañas más altas del mundo. “Ahora entiendo cómo el té cruza fronteras”. Transformar unas hojas en un disco de té le tomó ocho horas. Entender todo lo que hay detrás: personas, saberes, rutas, le llevará bastante más.