El artículo refleja las opiniones del autor, Jonathan Laguán, y no necesariamente las de CGTN Español.

Cuando me dijeron que estaría algunas semanas en la República Popular China, mi sentido de la curiosidad, ese mismo por el que ejerzo la profesión periodística, no dejó de estar inquieto por varios detalles, muchos de ellos fundamentados en los viejos estereotipos, erróneos, por cierto, que en el hemisferio occidental del mundo nos hemos hecho sobre el gigante asiático.
Las semanas han ido pasando y, a pocos días de concluir mi estancia en territorio chino, hay detalles de mi curiosidad que han quedado satisfechos y otros que amarían quedarse más tiempo para encontrar satisfacción. Sin embargo, hay un detalle pequeño que sigo esperando ver: la primera discusión violenta entre ciudadanos chinos en plena vía pública.
«Han pasado 84 años» (como diría la sabiduría de los memes en redes sociales) desde la última vez que vi a un auto perseguir a otro que se le cruzó en la carretera, que vi a dos personas gritarse en la vía pública por un malentendido, que vi a una pareja discutir de manera exaltada o que presencié un auténtico ring de boxeo en un espacio al aire libre. Sí, adivinaron: ha pasado mucho tiempo sin estar en contacto con la típica cultura agresiva y violenta que tanto hemos normalizado en América Latina.
Hablar de mi región, de mi Latinoamérica querida, es hablar de millones de cosas hermosas, pero, también, es hablar de una zona del mundo con un pequeño defecto: somos adictos al conflicto y al caos. En Latinoamérica pareciera que amamos el caos, los desórdenes sociales, los conflictos políticos, el caos social, es como si esa sensación de adrenalina recorriera nuestro cuerpo y nos mantuviera activos en nuestra atmósfera latinoamericana. Triste, pero cierto.
¿Por qué menciono esto? Simple: unas cuantas semanas en China te sirven para descubrir que se puede llevar una vida mejor superando esa adicción al conflicto y que es algo que se logra no solo con sesiones de terapia social o con maquillajes políticos pasajeros. América Latina necesita mirar al espejo social de China con un solo objetivo: dar un «reset» a los patrones culturales de las próximas generaciones para que sean ellas las que construyan una política y una cultura de paz en América.
Pero este reset cultural no viene solo con la buena voluntad de cambio. Implica la armonización de conceptos desde la misma formación humana y cívica. El gran acierto de China, en este punto, viene de sus conceptos culturales como el Taoísmo o el Confucionismo, ideas que promueven la paz, el diálogo y la resolución de conflictos por la vía pacífica, enfatizando que la mejor guerra es aquella que nunca empieza y la victoria más grande puede llegar sin necesidad de armas o agresiones.
De pronto, en el escenario mundial, China se ha convertido en una auténtica prueba viviente de axiomas y principios sociológicos como los de Herbert Spencer, quien entendía a la sociedad como un ente biológico en constante evolución, como organismos vivos que van desde formas simples a sistemas complejos, según su visión del «Evolucionismo Social».
Desde esa óptica, China sería una especie de «sociedad adulta», un grupo de la humanidad que ha encontrado un mayor desarrollo de madurez emocional, representando valores como el diálogo, la paz, el sentido de convivencia y armonía y una clara idea de promover un «futuro compartido» por el que vale la pena convivir de forma pacífica a pesar de nuestras diferencias como sociedades.
En ese mismo mapa conceptual, América Latina sería un organismo con menor desarrollo, una «sociedad adolescente», regida aún por el impulso, por las emociones, por un visceralismo social donde las pasiones se desbordan y nublan el razonamiento ante los conflictos.
Pero, ¿qué ha hecho China para evitar convertirse en este ente social lleno de impulsos y adicto a la violencia? Simple: tomar su identidad cultural como la base para su concepto de sociedad. Para China, el valor del diálogo, la resolución del conflicto y la comprensión del caos como la oportunidad para establecer un nuevo orden. Esta combinación de ideales, propias del Taoísmo y el Confucionismo han sido la piedra angular para una sociedad que evita, a toda costa, el conflicto y encuentra en la ruta pacífica un mejor trazado para la resolución de problemas, malos entendidos e impasses de convivencia.
Latinoamérica tiene en su relación con China la posibilidad de encontrar una nueva ruta para su sociedad, una cuyos trazos marquen el camino hacia una convivencia pacífica, hacia un verdadero respeto al derecho ajeno para lograr la paz, como lo reza la icónica frase de Benito Juárez que tanto nos gusta presumir en este lado del mundo.
Las relaciones entre América Latina y China no deberían verse como meros intercambios económicos y comerciales, sino también como un espacio de interiorización cultural. Así como China aboga por un «Socialismo de Características Chinas», así América Latina debería trabajar en una «Cultura de Paz con Características Latinoamericanas», no copiando el modelo taoísta o confucionista de China, sino retomando sus principios básicos y adaptándolos al entorno y la realidad de esta parte del hemisferio occidental.
A lo largo de su historia, América Latina ha carecido de socios con una perspectiva cultural diferente. Las relaciones con el norte de América han ido encaminadas hacia la misma idiosincrasia defensiva y agresiva, en un contexto donde el «Viejo Continente» tampoco ha ofrecido una visión diferente.
China puede ser ese socio que guíe a América Latina hacia la construcción de una verdadera cultura de paz, hacia la edificación de una sociedad que encuentra en el conflicto las oportunidades para generar un nuevo orden y que priorice el bienestar colectivo por encima de las ventajas individuales.
La oportunidad de cambio está, hoy más que nunca, al alcance de América Latina. Las relaciones con la República Popular China se han incrementado en los últimos años y el gigante asiático cree en el potencial de desarrollo del Sur Global y de la región latinoamericana, lo que lo ha llevado a situar su mirada sobre el istmo latino.
Esa es, precisamente, la oportunidad que América Latina debe aprovechar, no solo para crecer económicamente junto a una de las grandes economías mundiales, sino para enriquecerse de su cultura, de su visión de vida, de su idiosincrasia y de los valores que promueve desde la crianza de sus nuevas generaciones y que dan forma y vida a su mentalidad orientada a la paz, el progreso y la vía pacífica ante el conflicto.
El plan está ahí, la oportunidad está ahí y, ojalá, los gobiernos latinoamericanos sepan aprovecharla. Mientras tanto, seguiré pasando mis últimos días en China preparándome para regresar a América Latina y enfrentarme a la agresividad cotidiana, soñando con que llegue el día donde la mentalidad cambie y la prioridad sea la paz y el bienestar colectivo por encima de la comodidad individual.