En medio del ritmo apresurado de la vida urbana, cada vez más jóvenes en China encuentran en las artesanías una vía para reconectar con el presente, calmar la mente y crear obras con sus propias manos.
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En un taller de artesanías de Beijing, jóvenes transforman el vidrio fundido en formas delicadas y llenas de imaginación. Se calienta, se enrojece… y a 1.300 grados, el vidrio empieza a ceder. Poco a poco se ablanda y toma forma: primero es una esfera brillante. Con pinzas, tenazas y mucha precisión, se transforma en una pequeña concha marina. Y eso es solo el comienzo. Con un poco de color y algo de imaginación, aparecen las vetas de una hoja, pétalos que se curvan o figuras que recuerdan a animales. Árboles, girasoles, ranas y conejos... entre el fuego y las manos, las posibilidades del vidrio son ilimitadas.
El fuego susurra. A lo lejos, un martillo golpea el metal y rompe el silencio con el ritmo del artesano. En este ambiente pausado, jóvenes se acercan para crear anillos que marquen una fecha especial o piezas de cerámica que cumplan un sueño pendiente desde la infancia. Muchas veces lo que logran sus manos no es perfecto, pero sí auténtico. Y eso basta para que se quede en la memoria.
De acuerdo con Li Haolin, dueño del taller, con la evolución del sector, han ido lanzando nuevos productos y proyectos. Algunos, como la cerámica o la joyería de plata, tienen una historia más larga. Otros, como la perfumería artesanal, llegaron después, pero han tenido muy buena acogida. Actualmente, se han sumado aún más opciones: desde la decoración de ukeleles hasta pinturas con texturas, arte de pixeles con cuentas, o pintura sobre muñecos de yeso. La oferta crece y se diversifica para responder a los gustos cambiantes de las nuevas generaciones.