En una sociedad que se mueve a un ritmo acelerado, los jóvenes chinos están redescubriendo el valor de lo hecho a mano. Lejos de las pantallas y el ruido, los talleres de artesanías se han convertido en espacios donde el tiempo parece detenerse. Allí, moldear el vidrio, dar forma a la arcilla o elaborar joyería de plata no son solo actividades creativas, sino también formas de soltar, respirar y realinearse. Cada pieza lleva la huella de quien la creó, sean historias personales, emociones compartidas o momentos que merecen ser recordados, y eso la hace única.












