En muchas culturas, la música es un puente entre el cuerpo y el alma, una vía para calmar la mente y encontrar paz interior. Y en medio de todo el ruido que nos rodea, cada vez más personas, especialmente los más jóvenes, buscan momentos de relajación profunda. Los sonidos de los cuencos tibetanos, las campanillas de viento, los tambores de olas y los sonajeros de semillas parecen tener un poder casi mágico. Cuando se combinan con el murmullo del viento, el crujir de las hojas y el canto de los insectos, el mundo exterior se silencia... y el corazón también.









