Las caretas son uno de los elementos esenciales de este carnaval que se celebra en La Tirana, un oasis de pretérita soberanía peruana con fuerte presencia de culturas indígenas.

Se sitúa en la Pampa del Tamarugal, una llanura con cuenca hídrica en uno de los desiertos más áridos del mundo, a casi 1.800 kilómetros al norte de la ciudad de Santiago, la capital chilena.
Entre el 10 y 20 de julio de cada año, unos 30.000 bailarines danzan en torno a los más de 200 bailes tradicionales para venerar a la Virgen del Carmen, conocida como la Patrona de Chile.
Los bailes son variados, van desde los "chinos", heredados de los esclavos de esta nacionalidad que habitaron en tiempos peruanos, hasta los "chunchos", de origen prehispánico en los que dan saltos acrobáticos al tiempo que blanden una lanza de madera llamada chonta.
Aunque la danza más esperada de esta festividad es la "diablada", de saltos largos y cuyos bailarines se atavían, en su mayoría, de bototos (calzados), trajes coloridos y sobrehumanas caretas o máscaras de diablos con ojos gigantes, largos cuernos de cabra real y, algunos, con luces nocturnas.
Durante la celebración de La Tirana, todos los recovecos de este desértico poblado se atiborran de comparsas que narran mitos bolivianos, creencias peruanas o historias de pueblos originarios andinos.
Las caretas son de fibra de vidrio, aunque las más pesadas son de yeso, porque hay personas que las exigen cargadas como un sacrificio durante el baile para pagar una manda realizada a la Virgen del Carmen.