Nota del editor: Pan Deng, comentarista especial de actualidad para CGTN, es vicepresidente y secretario general de la Asociación Nacional China de Estudiantes Retornados de Países Iberoamericanos y Caribeños, así como director del Centro de Derecho para la Región de América Latina y el Caribe de la Universidad de Ciencias Políticas y Derecho de China. El artículo refleja las opiniones del autor y no necesariamente las de CGTN.

La segunda Mesa Redonda sobre Derechos Humanos entre China y los Estados de América Latina y el Caribe, celebrada el 25 de julio en Brasil, teje un nuevo hilo convincente en el intrincado tapiz de la gobernanza global de los derechos humanos, que ha estado en gran medida dominado por Occidente.
China y América Latina representan en conjunto aproximadamente una quinta parte de la superficie terrestre mundial y casi un tercio de la población del planeta.
A pesar de las diferencias notables en sus trayectorias de desarrollo y los valores sociales predominantes, está surgiendo una narrativa común basada en su historia y exploraciones compartidas. Esta narrativa rechaza la politización y la manipulación ideológica de los asuntos relacionados con los derechos humanos y, en su lugar, abraza la comprensión y el respeto mutuos.
Historias diferentes, puntos en común
Para comprender las diferencias en el enfoque de China y América Latina hacia los derechos humanos, es necesario tener en cuenta sus raíces civilizatorias y trayectorias históricas únicas. En el caso de China, un siglo de humillación en la historia moderna marcó profundamente su visión sobre la soberanía nacional, la independencia y el derecho al desarrollo. La perspectiva china enfatiza una unidad dialéctica entre los derechos humanos colectivos y los derechos humanos individuales, nacida del sufrimiento por la agresión extranjera y la lucha por la supervivencia. Destaca la supervivencia como el derecho humano más fundamental y urgente, y considera el derecho al desarrollo como la base de todos los demás derechos.
El notable crecimiento económico de China en las últimas décadas, que ha sacado a cientos de millones de personas de la pobreza y ha ampliado el acceso a la educación, la atención médica y la seguridad social, se considera un ejemplo destacado de cómo se pueden impulsar los derechos humanos a través del desarrollo.
La mayoría de las naciones latinoamericanas, tras conseguir su independencia del dominio colonial, atravesaron dictaduras militares y situaciones de dependencia económica, experimentando la privación de derechos civiles y políticos, libertades democráticas y oportunidades de desarrollo.
Algunas de ellas también se han enfrentado durante mucho tiempo a presiones externas, lo que las ha llevado a enfatizar la soberanía nacional y la autodeterminación. Por ello, sus demandas en materia de derechos humanos también incluyen el fin de la inhumanidad de las sanciones económicas, una posición que ha recibido reconocimiento y simpatía de muchos países, incluidos algunos europeos.
Estas experiencias históricas y trayectorias de desarrollo divergentes han llevado a diferentes prioridades y estrategias de implementación de los derechos humanos en China y América Latina. China entiende que los países latinoamericanos otorgan gran importancia a la democracia y a los derechos civiles, lo cual está estrechamente relacionado con su lucha histórica contra las dictaduras. A su vez, las naciones latinoamericanas también han comprendido cada vez mejor la lógica china de promover los derechos humanos a través del desarrollo y de priorizar el bienestar colectivo.
Esta comprensión mutua crea un entorno saludable para el diálogo sobre derechos humanos, al reducir perjuicios y percepciones erróneas. Sienta las bases para un discurso compartido sobre ciertos temas y ofrece posibilidades para explorar un modelo más inclusivo en materia de gobernanza global de derechos humanos.
Caminos diversos, aspiraciones compartidas
El derecho al desarrollo y el derecho a la subsistencia, como derechos humanos fundamentales, constituyen el discurso común más espontáneo entre China y América Latina.
Ambos coinciden en general en que, en un mundo que aún lidia con la pobreza, el desarrollo desigual y el cambio climático, la protección del derecho de las personas a la supervivencia y al desarrollo es un requisito previo para hacer realidad todos los demás derechos humanos. Sin desarrollo económico y social, los demás derechos no podrán materializarse.
El mayor consenso entre ambos se encuentra en la oposición a la instrumentalización de los derechos humanos y a la aplicación de dobles estándares. Ambos se oponen al uso de los derechos humanos por parte de algunos países como herramienta para interferir en los asuntos internos de otros, ejercer presión o contenerlos. Coinciden en que esta práctica no solo viola los principios fundamentales del derecho internacional, sino que también socava el desarrollo saludable de la causa internacional de los derechos humanos, generando antagonismo y división en el diálogo sobre los mismos.
Ambas partes han instado a los organismos de derechos humanos de la ONU a mantener los principios de equidad, objetividad y no selectividad, a volver a la esencia de las cuestiones de derechos humanos y a rechazar los dobles estándares.
El consenso práctico más consciente entre ambos es la defensa de la diversidad y la reciprocidad culturales. Ambas partes creen que no existe un modelo único válido para todos para el desarrollo de los derechos humanos. El camino para protegerlos debe estar en consonancia con las condiciones nacionales y las tradiciones históricas y culturales de cada país. Todos los países tienen derecho a elegir su propio camino de desarrollo en derechos humanos, y deben respetarse y aprender mutuamente. Este respeto por la diversidad civilizatoria es una respuesta contundente a la narrativa única de los “derechos humanos universales” que suele presentar Occidente, y crea un espacio para que los distintos países exploren la senda que más se ajuste a su realidad.
Al comprender sus diferencias históricas y puntos en común, la relación China–América Latina está explorando un nuevo paradigma de “buscar puntos en común conservando las diferencias y fomentando el diálogo y la cooperación” en temas de derechos humanos. Ambas partes reconocen que, si bien pueden existir desacuerdos sobre ciertos conceptos o prácticas específicas en materia de derechos humanos, estos no deben impedir el diálogo y la cooperación.
Un nuevo paradigma de cooperación en derechos humanos
A pesar de que los países occidentales han dominado en gran medida el discurso internacional sobre derechos humanos, China y América Latina están fortaleciendo sus diálogos sobre el tema en marcos bilaterales y multilaterales. Estos diálogos van más allá de las acusaciones y defensas, y se adentran en las experiencias, desafíos y logros de sus respectivas prácticas en materia de derechos humanos.
Por ejemplo, China puede compartir sus experiencias en reducción de la pobreza, atención sanitaria y educación obligatoria, mientras que los países latinoamericanos pueden aportar sus vivencias en la construcción democrática, la reforma judicial y el desarrollo de la sociedad civil. A través de estos intercambios francos, ambas partes pueden aprender mutuamente y fortalecer en conjunto la protección de los derechos humanos.
Su interacción en torno a los derechos humanos constituye un capítulo dinámico en la búsqueda de puntos comunes en medio de diferencias históricas, y en la inspiración mutua a través de sus respectivas exploraciones. Este enfoque desafía la narrativa única sobre los derechos humanos promovida por Occidente, al mostrar la diversidad y complejidad de los caminos de desarrollo en esta materia a nivel global, y representa una forma de promover los derechos humanos mediante el diálogo en lugar de la confrontación, la inclusión en lugar de la exclusión, y la acción práctica en lugar de la retórica vacía.
Los diálogos sobre derechos humanos entre China —el país en desarrollo más grande del mundo— y América Latina —una de las regiones con mayor concentración de países en desarrollo— también demuestran que no existe un único modelo para la realización de los derechos humanos, y que distintos países, en diferentes etapas históricas y con contextos culturales diversos, pueden explorar caminos propios y efectivos para su protección.
Al respetar las exploraciones del otro, reconocer las diferencias históricas y ampliar los puntos en común mediante un diálogo y una cooperación más profundos, ambos socios no solo podrán cumplir mejor con las aspiraciones en derechos humanos de sus propios pueblos, sino también contribuir conjuntamente con una “solución China–América Latina” para promover una gobernanza internacional de los derechos humanos más justa, equilibrada e inclusiva.