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Medio siglo de progresos y desafíos compartidos
CGTN Español

En 2025, China y la Unión Europea celebran 50 años de relaciones diplomáticas. Lo que comenzó como un primer acercamiento en plena Guerra Fría entre la entonces Comunidad Económica Europea y la República Popular China se ha transformado en una de las relaciones más complejas, profundas y estratégicamente relevantes del sistema internacional. En este aniversario, el balance es ambicioso y a la vez delicado: profundas interdependencias económicas, divergencias estructurales persistentes y una necesidad urgente de construir una nueva narrativa común basada en el respeto mutuo y el beneficio compartido.

De la cooperación comercial a la asociación estratégica

Desde el establecimiento de relaciones diplomáticas en 1975, los vínculos entre China y la Unión Europea han experimentado una evolución constante, pasando de una incipiente cooperación técnica y económica a una ingente colaboración multidimensional. El primer acuerdo comercial, firmado en 1978, abrió el camino para una expansión progresiva del comercio bilateral, que se ha consolidado durante décadas hasta convertir a China en el segundo mayor socio comercial de la UE, y al bloque comunitario en uno de los principales destinos de las exportaciones e inversiones chinas.

El fortalecimiento de esta relación ha ido acompañado de una creciente institucionalización de la misma. Además de las cumbres entre líderes, existen decenas de mecanismos sectoriales de diálogo, que permiten tratar desde asuntos económicos hasta cuestiones regulatorias, energéticas, medioambientales y tecnológicas. Uno de los hitos en este camino ha sido la creación del Diálogo Económico y Comercial de Alto Nivel, que refleja la madurez y creciente complejidad del vínculo bilateral.

La cooperación se ha expandido también en el plano geopolítico, con la iniciativa de la Franja y la Ruta como plataforma de conectividad euroasiática. Las persistentes diferencias estructurales, en áreas como el acceso equitativo al mercado, la protección de datos o la competencia tecnológica, plantean retos a una relación que es y seguirá siendo estratégica para ambas partes.

Discrepancias sobre las que edificar un consenso mutuamente beneficioso

Desde Bruselas, se advierte sobre los desequilibrios en el intercambio comercial. El déficit comercial con China alcanzó en 2023 la cifra récord de 290.000 millones de euros, mientras que algunas empresas europeas perciben barreras estructurales en el acceso al mercado chino.

Por su parte, Beijing ha mostrado cierta preocupación sobre la estrategia de “reducción de riesgos” de la UE, que busca diversificar proveedores en sectores clave como semiconductores, minerales críticos, tecnologías verdes o 5G. Bruselas ha insistido en que esta estrategia no se corresponde con un “desacoplamiento”, y da la bienvenida a las inversiones que beneficien al tejido industrial europeo, especialmente en industrias emergentes en las que un gran número de empresas chinas son referentes a nivel global. 

En este contexto, las investigaciones antidumping iniciadas por la UE —como las que afectan a los vehículos eléctricos chinos— y las contramedidas chinas (limitaciones a las exportaciones de tierras raras o restricciones a productos agrícolas europeos) suponen una serie de políticas reactivas que no deben empañar el actual espíritu de cooperación que ha caracterizado el medio siglo de relaciones.

La trampa geopolítica: entre Washington y Beijing

En la relación entre China y la UE, un tercer actor intenta adquirir un protagonismo relevante. El regreso de Donald Trump a la presidencia en 2025 ha reconfigurado las relaciones transatlánticas. Su política de “Estados Unidos primero”, que ya dejó huellas profundas durante su primer mandato, se ha consolidado como una visión más estructural que episódica, con implicaciones directas para el bloque comunitario. Las presiones comerciales, los subsidios discriminatorios como los contemplados en la Ley de Reducción de la Inflación (IRA), y una visión instrumental de la UE como socio subordinado en la pugna global con China, obligan a Bruselas a redefinir su papel.

Atrapada entre sus lazos con Washington y su necesidad de mantener relaciones estables con Beijing, Bruselas se enfrenta a un dilema estratégico: ¿puede ejercer una ansiada autonomía real en política exterior y comercial, o quedará condicionada por la lógica de bloques heredada de la Guerra Fría?

Una alternativa europea: autonomía, multilateralismo y resiliencia compartida

Responder a este dilema no implica elegir entre China y EE.UU., sino construir una política propia. La UE necesita reforzar su soberanía estratégica con tres pilares. 

En primer lugar, llevar a cabo una diferenciación inteligente: no todos los ámbitos de la relación con China son iguales. Bruselas debe distinguir entre competencia legítima, rivalidad estructural y oportunidades de asociación. Por ejemplo, la cooperación en cambio climático o inteligencia artificial no debería verse contaminada por tensiones comerciales.

En segundo lugar, reforzar sus capacidades internas en lugar de recurrir a barreras proteccionistas, Europa debe invertir masivamente en sectores estratégicos como microchips, energías renovables o inteligencia artificial. Pero no desde una lógica de exclusión de terceros países, sino desde una visión de complementariedad regulada.

Y por último, apostar por la cooperación global como terreno común. Tanto China como la UE son actores indispensables para enfrentar desafíos planetarios como el cambio climático, la seguridad alimentaria o la gobernanza de la IA. Espacios multilaterales como la COP o la ONU pueden servir de plataformas para una cooperación efectiva, donde cada parte aporte desde sus fortalezas.

Hay ejemplos tangibles de esta posibilidad. En 2023, ambas potencias firmaron un Memorando de Entendimiento sobre cooperación climática que ha facilitado el intercambio de tecnologías limpias y mejores prácticas. También han empezado a colaborar en la regulación internacional de la inteligencia artificial, combinando la capacidad tecnológica china con el enfoque ético y normativo europeo.

Un mundo multipolar necesita relaciones maduras

Estas iniciativas no solo son necesarias para avanzar en la transición energética o digital, sino que pueden convertirse en pilares de una nueva narrativa bilateral que supere la desconfianza actual, e impulse a otros países y bloques a seguir su camino.

Medio siglo después del inicio de su relación diplomática, China y la UE tienen la oportunidad y la responsabilidad de mostrar que la cooperación entre potencias globales con sistemas diferentes no solo es posible, sino necesaria. Esto requiere abandonar una mentalidad de bloques, reforzar los canales de diálogo estratégico de alto nivel, y apostar por una integración económica regulada, sostenible y justa, beneficiosa tanto para ambas partes como para la estabilidad y progreso de la comunidad global.